16 octubre 2009

La compra de mi primer celular

Todos habían encontrado una nueva compañía, a quién dedicaban más tiempo que a la misma familia o los amigos. Aunque claro como toda nueva relación siempre existen cosas que aprender uno del otro. Se podría decir que se le consideraba el amante ideal, su pérdida significaba haber derrochado dinero, tiempo e incluso detalles intimos.

Para muchos tuvo un significado diferente, para unos era el enlace entre la familia y los amigos, para otros la voz que podía cantarles en todo momento y en el tono que desearan, de muchos controlaba su agenda y su tiempo, de todos era quién los despertaba de su plácido sueño... y desde luego, el confidente perfecto.

Recuerdo que fui uno de los últimos chicos del grupo universitario en tener uno. Consideraba que aún no era indispensable tenerlo. Hasta que un amigo mío, terminó por llevar a la universidad su nueva adquisición y sacarnos "cachita". Su silueta delgada, esquinas redondeadas, su color plateado y pantalla a color eran una maravilla. Ni que decir de sus atributos, su capacidad de memoria era alta, podía reproducir audio y video, entre otros.

Muchos quedaron admirados de aquel singular objeto y todos pugnaban por tenerla un momento en sus manos. Los celos y la envidia era notoria en cada mirada de los espectadores y chismosos. Aunque mi sueño fue tener algo similar, las condiciones económicas jugaban un papel importante. Sin embargo, fue la necesidad de comunicarme, por razones laborales, con el hostigador Fernando y el "Chueco" Taylor lo que apuró la adquisición de mi primer celular.

21 de agosto de 2006, mi cuerpo estaba dolorido tras un domingo agotador en el complejo deportivo de El Bosque; pues ganamos un campeonato y como es típico el premio fue consumido vaso a vaso por todo el equipo. No tenía resaca ni golpes, pero los músculos de mis piernas parecían alargados y endurecidos a la fuerza. Desperté sin recordar qué había soñado, tenía el ojo derecho lagañoso, la barba crecida y la boca reseca.

Llegué hasta el tragaluz de mi casa y en el camino hasta el lavador me cruce con las miradas despectivas y los enojados gestos de mi hermana Rocio. Abrí el caño para dejar que el chorro de agua golpeara fríamente mi cabeza, restregué mis manos sobre mi cara y enjuagué mi boca. Sin duda fue refrescante.

Ya eran casi las nueve de la mañana, tomé mi desayuno, una taza de avena cuatro panes, uno de ellos con mantequilla. Aún estaba cansado y las ganas de hacer algo eran nulas. Sin tanto que pensar decidí volver a mi cama y dejar que mi cuerpo se recupere totalmente...

¡Oye, Javier...Despierta! - fue la voz de mi hermana - Son las dos de la tarde, acaso no tienes nada que hacer.

Me levante casi sin conciencia de mi cama y en un instante recordé que tenía que ir a comprar. Después de bañarme y cambiar la sudosa ropa de deporte por el único y desgastado pantalón y camisa de vestir, salí con dirección hacia el centro de Trujillo. Fueron 45 minutos a paso lento desde mi casa.

Llegué hasta una puerta de vidrio la cual empujé para entrar. Consulté con el huachimán del local qué debo hacer para recibir atención, me hizo formar una cola donde un sujeto bien vestido te preguntaba que deseabas hacer y luego te derivaba a un lugar específico.

El hombre me dio un ticket y me dijo que me sentara a esperar mi turno. Había un televisor suspendido del techo donde aparecían los números de los tickets que nos entregaban. Esperé por unos 30 minutos, hasta que mi numero pareció en la pantalla y me indicaba que debía ir a la casilla 34. Una vez ahí, una linda señorita de delgados anteojos y con el cabello recogido me preguntó que deseaba.

Vengo a comprarme un celular, le dije.

En eso ella empezó con un memorizado discurso, el cual interrumpí al decirle que buscaba un celular que no costara más de 100 nuevos soles.

Con eso, ella redujo toda las opciones a dos ejemplares, de los cuales me quedé con un delgaducho equipo de color plateado y pantalla azul, marca Sagem. Sí, era justo lo que quería y podía pagar, así que sin más vueltas que darle al asunto me mandaron a caja para cancelar el equipo, donde también había una cola.

Cancelada la boleta, me entregaron esa bendita máquina, no sin antes darme una pequeña charla sobre sus funciones principales. Y, desde luego, me aconsejaron que lea su manual. Me pregunto si todos leerán ese dichoso cuadernillo en miniatura.

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