29 abril 2006

El pequeño secuestrado


Cuenta mi madre que cuando era un niño - no son tantos los años - me quedaba siempre muy tranquilo en el lugar donde me dejaba. No era travieso. Extraño, no.

Un día mi madre se fue al mercado y me dejó como todos los día sobre la mesa con mis jueguetes para que me entretenga hasta que ella retorne. Tardó alrededor de dos horas en llegar a la casa y grande fue su sorpresa al no encontrarme. Me buscó por toda la casa, preguntó a los vecinos y nadie le daba razón, hasta que desesperada y con lagrimás en los ojos se fue hasta su comadre para contarle lo sucedido y le ayudará a buscarmé.

Cuando llegó a la casa de su comadre no pudo contener su alegría al verme jugando, muy trabquilo, sobre un tapete. Comenta mi madre que en ese momento le dijo muchas cosas a su comadrita, pero luego se calmo y conversaron. La comadre le contó: "Fuí a visitarla comadre, y cuando llegué encontré a este bebito sólo y descansando sobre la mesa, lo desperté y cargé en brazos y no pegaba un chillido, al ver que usted tardaba en volver me lo traje para cuidarlo. Desde que lo traje no ha llorado ni ha extrañado nada".

Vaya, eso que la comadre solo me vió en dos oportunidades, nunca pensó que fuera tan "calladito" y tranquilo. Pero ese no fue el único rapto que sufrí en mi infancia: En varias ocasiones, mis primas me sacaron de casa para llevarme a pasear metido sobre un maletín, nadie se daba cuenta de ello hasta que regresaba con mis primas. En otra oportunidad mi tío me escondió dentro de su casaca sujetandome con su brazo.

La inocencia de los niños es increíble. Estuve de mano en mano y nunca extrañaba a alguién, ni me ahogaba en chillidos por temor o decontento. Siempre he aceptado a los demás como son y por lo que son y me sentiré bien con todos y cada uno de las personas que quieran contar con mi compañía; porque yo nunca podré negarme a nadie, lo llevo presente desde que nací hasta hoy. Espero haberles acompañado para bien Amigos. Si no, aún estoy aquí.